Un personaje de Kapuscinsky dice que la muerte no es tan terrible para quien está lo suficientemente cansado. Algo parecido piensa el protagonista esta novela. Aunque a él, en plena crisis de los sesenta, lo que realmente le preocupa, más que la muerte, es envejecer, sufrir achaques, sentir cómo muchas cosas dejan de tener importancia. Su matrimonio es un fracaso, la notaría que dirige y que le proporciona más dinero del que necesita tampoco le preocupa en absoluto. Ni siquiera la pintura, que solía practicar con éxito moderado, le interesa. Este hombre, no sabemos cómo se llama y la autora se refiere a él como “el hombre vacío de deseos”, descubre por casualidad el bingo.
Así comienza una historia ligeramente disparatada, de personajes rocambolescos pero bien definidos, un paseo nocturno por ese mundillo supersticioso, diferente y extraño. El hombre conocerá gente nueva, de una condición muy distinta a la suya, se enamorará, cantará líneas y bingos y encontrará en ese lugar insospechado un antídoto para su aburrimiento. La autora, que se confiesa “moderadamente” ludópata, reconoce que algunas de las anécdotas que aparecen en el libro son personales
Escrita con sencillez, esta novelita mezcla con dosis calculadas melancolía y humor. Se lee de un tirón y con gusto.
martes, 20 de febrero de 2007
domingo, 18 de febrero de 2007
Centenario Hergé
Con motivo del centésimo aniversario de Hergé se inauguró, en diciembre del pasado año, una exposición sobre su obra en el Museo Nacional de Arte Moderno de Francia, más conocido como Pompidou. La muestra, organizada por la Fundación Hergé, terminó el 19 de febrero, y estuvo dedicada a su personaje más famoso, Tintín. Desde su creación, en 1929, se han vendido más de 250 millones de ejemplares de sus álbumes y el personaje, de rostro ovalado y extraño tupé, es conocido en todos los países del mundo.
Hubo una pequeña polémica. Algunos belgas se sintieron traicionados al conocer que la Fundación llevaba la muestra a París, capital con mayor tirón turístico que todas las ciudades belgas juntas. Bélgica también está rindiendo homenajes a Hergé, a pesar de haber tenido que cancelar una exhibición planeada en el Museo de Bellas Artes de la capital administrativa de Europa. El 10 de enero, se inauguró un enorme fresco de Tintín en la estación ferroviaria del Midi, punto de llegada de los visitantes internacionales. La “Casa de Hergé” va a ser inaugurada en la ciudad de Tournai, sede de la editorial Casterman en el sur de Bélgica, que publicó los álbumes de Tintín en mini-versiones más asequibles. En julio se organizará un rastrillo temático sobre Tintín en la Plaza del Juego de Pelota, un mercado famoso por haber aparecido en uno de los cómics. La compañía aérea SN Brussels decorará un avión en homenaje a Tintín y también se publicarán sellos “Hergé”. Además, después de 10 años de planes para un Museo Hergé en Lovaina, la primera piedra debería ser colocada este mismo año.
En España, el Barcelona Motor Show albergará una exhibición en mayo de 2007, dedicada a los coches que aparecen en Tintín. En Suecia, desde junio del 2007 a febrero del 2008, está programada una muestra, “Las aventuras de Tintín en el mar”, en el Museo Marítimo de Estocolmo. Y hasta Québec llegó en enero “En Perú con Tintín” un recorrido por los diferentes tomos que llevaron al reportero al país sudamericano.
Algunos elementos biográficos
Hergé, o Georges Remi (1907-1983), fue un hombre sin infancia, sin raíces, como Tintín. Fue autodidacta y publicó su primera historieta con sólo quince años, en la revista “Le boy scout”. Su temprana filiación a éstos grupos, y su paso por el internado religioso Saint Boniface, le marcarían ideológicamente de por vida. En 1925 ingresa en un periódico ultraconservador de orientación clerical y nacionalista.
Cuatro años después aparece “Tintín en el país de los Soviets”, muy alejado del virtuosismo gráfico que caracteriza la colección, y que, años después, Hergé se negó a reeditar. En él se reproducen todos los clichés antisoviéticos imaginables: rusos hambrientos, haciendo cola en espera de un mendrugo de pan, ciudadanos obligados a votar por miembros de la policía que les amenazan pistola en mano... En 1939, durante la ocupación alemana de Bélgica, fichó por un medio abiertamente filo-nazi.
Ya famoso, y habiendo publicado siete tintines, dejó de tratar temas políticos, para evitar controversias. Hergé fue siempre acusado, y parece que con razón, de simpatizante del nazismo, además de misógino y hasta un poco antisemita. En este periodo se evade de la terrible realidad europea, y dibuja aventuras de temática “escapista”, en busca de tesoros o meteoritos.
A finales de los cincuenta, tras varias crisis personales y matrimoniales, que le llevan a visitar a un psicoanalista, publica “Tintín en el Tíbet”, posiblemente uno de sus mejores álbumes, en el que introduce varios elementos paranormales, como los sueños premonitorios o la telepatía. Ya en los sesenta, Hergé descubre el arte moderno, y llega a hacerse amigo de Andy Warhol, el gurú del arte pop, quien le dedica cuatro de sus famosos retratos.
En 1982, y con motivo de su 75º cumpleaños, la Sociedad Belga de Astronomía le hizo un curioso regalo: bautiza con el nombre de Hergé un pequeño planeta, situado entre Marte y Júpiter. Enfermo de leucemia, sólo viviría unos meses más, sin haber acabado “Tintín y el Arte Alfa”, pero expresando de manera contundente su deseo de que nadie lo completara ni continuara la serie. A título póstumo se publicó “El mundo de Hergé”, que recoge sus dibujos desconocidos.
Hergé y la línea clara
Hergé creó un estilo propio dentro de la llamada línea clara, que tiene como objetivo permitir la máxima comprensión de la historia. La línea clara no se limita al dibujo, busca la claridad narrativa, la transparencia y la exactitud. El grafismo es depurado al máximo, evitando efectos de sombra o de luz. Se eliminan los detalles que no son estrictamente necesarios, y todos los elementos de la historia (encuadres, diálogos, bocadillos) contribuyen a lograr este objetivo de claridad. A pesar de la aparente simplicidad del dibujo, los detalles se cuidan al máximo. Por ejemplo los objetos etnográficos, como la talla precolombinas o los trajes de los antiguos mayas están sacados de reportajes aparecidos en Nacional Geographic. También los aviones, diferentes clases de barcos, y el famoso cohete espacial aparecen perfectamente representados. Hergé también reproduce con detalle escenarios naturales, la jungla, el desierto, las cumbres nevadas del Himalaya y hasta la Luna, de manera exótica y colorista.
Hergé pasaba meses, e incluso años, documentándose a fondo para sus historietas, pero no descuidaba los argumentos. A pesar de lo cual, en “El templo del Sol”, comete un error de bulto. Tintín, sabiendo que va a producirse un eclipse total, finge invocar al dios Sol y apagarlo, cuando la verdad es que los mayas eran expertos en astronomía. Tal vez Hergé empleó un recurso fácil en un época de escasa inspiración.
Los argumentos, siempre revestidos de misterio e intriga policíaca, son siempre verosímiles, salvo en el último tomo “Vuelo 714 para Sydney”, donde aparecen, sin que lleguemos a verlos, seres extraterrestres.
Hubo una pequeña polémica. Algunos belgas se sintieron traicionados al conocer que la Fundación llevaba la muestra a París, capital con mayor tirón turístico que todas las ciudades belgas juntas. Bélgica también está rindiendo homenajes a Hergé, a pesar de haber tenido que cancelar una exhibición planeada en el Museo de Bellas Artes de la capital administrativa de Europa. El 10 de enero, se inauguró un enorme fresco de Tintín en la estación ferroviaria del Midi, punto de llegada de los visitantes internacionales. La “Casa de Hergé” va a ser inaugurada en la ciudad de Tournai, sede de la editorial Casterman en el sur de Bélgica, que publicó los álbumes de Tintín en mini-versiones más asequibles. En julio se organizará un rastrillo temático sobre Tintín en la Plaza del Juego de Pelota, un mercado famoso por haber aparecido en uno de los cómics. La compañía aérea SN Brussels decorará un avión en homenaje a Tintín y también se publicarán sellos “Hergé”. Además, después de 10 años de planes para un Museo Hergé en Lovaina, la primera piedra debería ser colocada este mismo año.
En España, el Barcelona Motor Show albergará una exhibición en mayo de 2007, dedicada a los coches que aparecen en Tintín. En Suecia, desde junio del 2007 a febrero del 2008, está programada una muestra, “Las aventuras de Tintín en el mar”, en el Museo Marítimo de Estocolmo. Y hasta Québec llegó en enero “En Perú con Tintín” un recorrido por los diferentes tomos que llevaron al reportero al país sudamericano.
Algunos elementos biográficos
Hergé, o Georges Remi (1907-1983), fue un hombre sin infancia, sin raíces, como Tintín. Fue autodidacta y publicó su primera historieta con sólo quince años, en la revista “Le boy scout”. Su temprana filiación a éstos grupos, y su paso por el internado religioso Saint Boniface, le marcarían ideológicamente de por vida. En 1925 ingresa en un periódico ultraconservador de orientación clerical y nacionalista.
Cuatro años después aparece “Tintín en el país de los Soviets”, muy alejado del virtuosismo gráfico que caracteriza la colección, y que, años después, Hergé se negó a reeditar. En él se reproducen todos los clichés antisoviéticos imaginables: rusos hambrientos, haciendo cola en espera de un mendrugo de pan, ciudadanos obligados a votar por miembros de la policía que les amenazan pistola en mano... En 1939, durante la ocupación alemana de Bélgica, fichó por un medio abiertamente filo-nazi.
Ya famoso, y habiendo publicado siete tintines, dejó de tratar temas políticos, para evitar controversias. Hergé fue siempre acusado, y parece que con razón, de simpatizante del nazismo, además de misógino y hasta un poco antisemita. En este periodo se evade de la terrible realidad europea, y dibuja aventuras de temática “escapista”, en busca de tesoros o meteoritos.
A finales de los cincuenta, tras varias crisis personales y matrimoniales, que le llevan a visitar a un psicoanalista, publica “Tintín en el Tíbet”, posiblemente uno de sus mejores álbumes, en el que introduce varios elementos paranormales, como los sueños premonitorios o la telepatía. Ya en los sesenta, Hergé descubre el arte moderno, y llega a hacerse amigo de Andy Warhol, el gurú del arte pop, quien le dedica cuatro de sus famosos retratos.
En 1982, y con motivo de su 75º cumpleaños, la Sociedad Belga de Astronomía le hizo un curioso regalo: bautiza con el nombre de Hergé un pequeño planeta, situado entre Marte y Júpiter. Enfermo de leucemia, sólo viviría unos meses más, sin haber acabado “Tintín y el Arte Alfa”, pero expresando de manera contundente su deseo de que nadie lo completara ni continuara la serie. A título póstumo se publicó “El mundo de Hergé”, que recoge sus dibujos desconocidos.
Hergé y la línea clara
Hergé creó un estilo propio dentro de la llamada línea clara, que tiene como objetivo permitir la máxima comprensión de la historia. La línea clara no se limita al dibujo, busca la claridad narrativa, la transparencia y la exactitud. El grafismo es depurado al máximo, evitando efectos de sombra o de luz. Se eliminan los detalles que no son estrictamente necesarios, y todos los elementos de la historia (encuadres, diálogos, bocadillos) contribuyen a lograr este objetivo de claridad. A pesar de la aparente simplicidad del dibujo, los detalles se cuidan al máximo. Por ejemplo los objetos etnográficos, como la talla precolombinas o los trajes de los antiguos mayas están sacados de reportajes aparecidos en Nacional Geographic. También los aviones, diferentes clases de barcos, y el famoso cohete espacial aparecen perfectamente representados. Hergé también reproduce con detalle escenarios naturales, la jungla, el desierto, las cumbres nevadas del Himalaya y hasta la Luna, de manera exótica y colorista.
Hergé pasaba meses, e incluso años, documentándose a fondo para sus historietas, pero no descuidaba los argumentos. A pesar de lo cual, en “El templo del Sol”, comete un error de bulto. Tintín, sabiendo que va a producirse un eclipse total, finge invocar al dios Sol y apagarlo, cuando la verdad es que los mayas eran expertos en astronomía. Tal vez Hergé empleó un recurso fácil en un época de escasa inspiración.
Los argumentos, siempre revestidos de misterio e intriga policíaca, son siempre verosímiles, salvo en el último tomo “Vuelo 714 para Sydney”, donde aparecen, sin que lleguemos a verlos, seres extraterrestres.
jueves, 15 de febrero de 2007
miércoles, 14 de febrero de 2007
Gilda
Ayer daban “Gilda”, una supuesta obra maestra del cine. No la había visto y me pareció decepcionante. Era en versión original, y así me enteré de que se pronuncia [Guilda].
La película me pareció mala. Los diálogos son, demasiadas veces, absurdos. Fue la película que lanzó a la fama a Rita Haywoth, pero yo creo que sobreactúa. Glenn Ford fuerza al máximo el papel de chulo barato, aunque en realidad es un calzonazos.
Luego está el bofetón que Ford le da a Gilda casi al final de la película. Yo se lo hubiera dado mucho antes.
Como tampoco me gustan los musicales, los numeritos que incluye para lucimiento de la Hayworth se me hacen pesados. Ya sé que han pasado a la historia del cine, sobre todo el del striptease tan sólo sugerido, pero a mí se me hacen insoportables.
Lo mejor, la canción “Put the blame on me” y el papelón que hace el camarero, Theo.
No sé, es posible que ayer no tuviera el día para “obras maestras”.
La película me pareció mala. Los diálogos son, demasiadas veces, absurdos. Fue la película que lanzó a la fama a Rita Haywoth, pero yo creo que sobreactúa. Glenn Ford fuerza al máximo el papel de chulo barato, aunque en realidad es un calzonazos.
Luego está el bofetón que Ford le da a Gilda casi al final de la película. Yo se lo hubiera dado mucho antes.
Como tampoco me gustan los musicales, los numeritos que incluye para lucimiento de la Hayworth se me hacen pesados. Ya sé que han pasado a la historia del cine, sobre todo el del striptease tan sólo sugerido, pero a mí se me hacen insoportables.
Lo mejor, la canción “Put the blame on me” y el papelón que hace el camarero, Theo.
No sé, es posible que ayer no tuviera el día para “obras maestras”.
martes, 6 de febrero de 2007
Los poemas "con argumento" de Raymond Carver
El libro “Todos nosotros”, aparecido recientemente en España, recopila la obra poética de Raymond Carver. Casi veinte años después de la muerte de su autor, está entre los primeros en las listas de libros de poesía más vendidos. Como cualquiera de sus cuentos, la vida de Carver (1938-1988) tuvo un final anticipado, abrupto. Murió de cáncer con sólo cincuenta años. Inscrito en una corriente conocida como “realismo sucio”, es uno de los grandes cuentistas americanos contemporáneos, a la altura de Hemingway o Cheever.
Los poemas son muy narrativos, y a veces encontramos en ellos imágenes o escenas que reconocemos, porque ya las ha usado en sus cuentos. Sin embargo no pierden fuerza. También desarrolla los mismos temas, ya saben: el alcohol, la desesperación, el amor fracasado, las crisis matrimoniales, la escritura... Tess Gallagher, su segunda mujer, poeta también, escribe la introducción, y así conocemos los últimos años de un Carver enfermo, consciente de que no le queda mucho. Sin embargo, en sus textos no hay el mínimo rastro de lamentación o sensiblería. Los otros dos poemarios, anteriores en el tiempo, hablan de la otra vida del autor, la de un “alcohólico a tiempo completo”.
En sus cuentos, no ocurre nada que se salga de lo cotidiano, nada realmente llamativo sucede en ellos. Carver mira en el interior de un hogar medio, toma una instantánea, y nos cuenta, sobre la marcha, qué sentimientos dominan a sus habitantes, normalmente gente corriente, casi siempre atravesando crisis personales o matrimoniales. El americano medio en apuros: problemas con el alcohol, facturas sin pagar, mudanzas forzosas... Su propia vida se pareció mucho a la de sus personajes. Tanto él como su padre fueron alcohólicos y, en mayor o menor medida, violentos. Su familia cambió de lugar de residencia muchas veces durante su infancia y, cuando se casó, a los diecinueve años, con su novia de dieciséis, embarazada, se vio obligado a desempeñar empleos como portero, repartidor o dependiente en una gasolinera para mantener a su familia. Sabía de lo que hablaba al retratar a personas desarraigadas, desbordadas. Carver pretende ser imparcial, y reniega de cualquier tipo de doctrina moralista.
La precisión es lo que más caracteriza su estilo. No en vano, corregía y re-escribía sus cuentos y poemas de manera casi obsesiva, hasta dar con el adjetivo adecuado. Empleaba frases cortas, un lenguaje sencillo, evitando siempre las palabras innecesarias. Una de sus principales virtudes, tanto en poesía como en narrativa, es la “invisibilidad” de su estilo, la transparencia de su escritura. Carver empezó a escribir tarde y, en cambio, murió joven, con lo que su obra es relativamente breve.
La cuidada edición de Bartleby es bilingüe, y la traducción y el prólogo son obra de Jaime Priede, un crítico literario que ya ha publicado cosas sobre este autor. Gracias a él nos enteramos de la curiosa forma que tuvo Carver de empezar a leer poesía: siendo el chico de los recados de una farmacia, un cliente le regaló un par de revistas de “Poetry”, una revista americana, y le dijo: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”. Acertó de pleno. También tuvieron mucha culpa de su éxito, su profesor y en muchos aspectos benefactor, John Garden, y su editor Gordon Lish, que le cortaba los textos de manera decisiva, dejando esos finales abiertos, extraños, abruptos. Por lo visto, al principio, Carver tendía a ser más explicativo. Tess Gallagher, con quien sólo se casó en los últimos meses, tras varios años juntos, supervisó algunos textos. Su aportación fue decisiva a la hora de publicar el libro póstumo “Si me necesitas llámame”, terminando incluso algunos cuentos incompletos, como lo ha sido en la publicación de “Todos nosotros”.
Los poemas son muy narrativos, y a veces encontramos en ellos imágenes o escenas que reconocemos, porque ya las ha usado en sus cuentos. Sin embargo no pierden fuerza. También desarrolla los mismos temas, ya saben: el alcohol, la desesperación, el amor fracasado, las crisis matrimoniales, la escritura... Tess Gallagher, su segunda mujer, poeta también, escribe la introducción, y así conocemos los últimos años de un Carver enfermo, consciente de que no le queda mucho. Sin embargo, en sus textos no hay el mínimo rastro de lamentación o sensiblería. Los otros dos poemarios, anteriores en el tiempo, hablan de la otra vida del autor, la de un “alcohólico a tiempo completo”.
En sus cuentos, no ocurre nada que se salga de lo cotidiano, nada realmente llamativo sucede en ellos. Carver mira en el interior de un hogar medio, toma una instantánea, y nos cuenta, sobre la marcha, qué sentimientos dominan a sus habitantes, normalmente gente corriente, casi siempre atravesando crisis personales o matrimoniales. El americano medio en apuros: problemas con el alcohol, facturas sin pagar, mudanzas forzosas... Su propia vida se pareció mucho a la de sus personajes. Tanto él como su padre fueron alcohólicos y, en mayor o menor medida, violentos. Su familia cambió de lugar de residencia muchas veces durante su infancia y, cuando se casó, a los diecinueve años, con su novia de dieciséis, embarazada, se vio obligado a desempeñar empleos como portero, repartidor o dependiente en una gasolinera para mantener a su familia. Sabía de lo que hablaba al retratar a personas desarraigadas, desbordadas. Carver pretende ser imparcial, y reniega de cualquier tipo de doctrina moralista.
La precisión es lo que más caracteriza su estilo. No en vano, corregía y re-escribía sus cuentos y poemas de manera casi obsesiva, hasta dar con el adjetivo adecuado. Empleaba frases cortas, un lenguaje sencillo, evitando siempre las palabras innecesarias. Una de sus principales virtudes, tanto en poesía como en narrativa, es la “invisibilidad” de su estilo, la transparencia de su escritura. Carver empezó a escribir tarde y, en cambio, murió joven, con lo que su obra es relativamente breve.
La cuidada edición de Bartleby es bilingüe, y la traducción y el prólogo son obra de Jaime Priede, un crítico literario que ya ha publicado cosas sobre este autor. Gracias a él nos enteramos de la curiosa forma que tuvo Carver de empezar a leer poesía: siendo el chico de los recados de una farmacia, un cliente le regaló un par de revistas de “Poetry”, una revista americana, y le dijo: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”. Acertó de pleno. También tuvieron mucha culpa de su éxito, su profesor y en muchos aspectos benefactor, John Garden, y su editor Gordon Lish, que le cortaba los textos de manera decisiva, dejando esos finales abiertos, extraños, abruptos. Por lo visto, al principio, Carver tendía a ser más explicativo. Tess Gallagher, con quien sólo se casó en los últimos meses, tras varios años juntos, supervisó algunos textos. Su aportación fue decisiva a la hora de publicar el libro póstumo “Si me necesitas llámame”, terminando incluso algunos cuentos incompletos, como lo ha sido en la publicación de “Todos nosotros”.
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