Un personaje de Kapuscinsky dice que la muerte no es tan terrible para quien está lo suficientemente cansado. Algo parecido piensa el protagonista esta novela. Aunque a él, en plena crisis de los sesenta, lo que realmente le preocupa, más que la muerte, es envejecer, sufrir achaques, sentir cómo muchas cosas dejan de tener importancia. Su matrimonio es un fracaso, la notaría que dirige y que le proporciona más dinero del que necesita tampoco le preocupa en absoluto. Ni siquiera la pintura, que solía practicar con éxito moderado, le interesa. Este hombre, no sabemos cómo se llama y la autora se refiere a él como “el hombre vacío de deseos”, descubre por casualidad el bingo.
Así comienza una historia ligeramente disparatada, de personajes rocambolescos pero bien definidos, un paseo nocturno por ese mundillo supersticioso, diferente y extraño. El hombre conocerá gente nueva, de una condición muy distinta a la suya, se enamorará, cantará líneas y bingos y encontrará en ese lugar insospechado un antídoto para su aburrimiento. La autora, que se confiesa “moderadamente” ludópata, reconoce que algunas de las anécdotas que aparecen en el libro son personales
Escrita con sencillez, esta novelita mezcla con dosis calculadas melancolía y humor. Se lee de un tirón y con gusto.
martes, 20 de febrero de 2007
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