El libro “Todos nosotros”, aparecido recientemente en España, recopila la obra poética de Raymond Carver. Casi veinte años después de la muerte de su autor, está entre los primeros en las listas de libros de poesía más vendidos. Como cualquiera de sus cuentos, la vida de Carver (1938-1988) tuvo un final anticipado, abrupto. Murió de cáncer con sólo cincuenta años. Inscrito en una corriente conocida como “realismo sucio”, es uno de los grandes cuentistas americanos contemporáneos, a la altura de Hemingway o Cheever.
Los poemas son muy narrativos, y a veces encontramos en ellos imágenes o escenas que reconocemos, porque ya las ha usado en sus cuentos. Sin embargo no pierden fuerza. También desarrolla los mismos temas, ya saben: el alcohol, la desesperación, el amor fracasado, las crisis matrimoniales, la escritura... Tess Gallagher, su segunda mujer, poeta también, escribe la introducción, y así conocemos los últimos años de un Carver enfermo, consciente de que no le queda mucho. Sin embargo, en sus textos no hay el mínimo rastro de lamentación o sensiblería. Los otros dos poemarios, anteriores en el tiempo, hablan de la otra vida del autor, la de un “alcohólico a tiempo completo”.
En sus cuentos, no ocurre nada que se salga de lo cotidiano, nada realmente llamativo sucede en ellos. Carver mira en el interior de un hogar medio, toma una instantánea, y nos cuenta, sobre la marcha, qué sentimientos dominan a sus habitantes, normalmente gente corriente, casi siempre atravesando crisis personales o matrimoniales. El americano medio en apuros: problemas con el alcohol, facturas sin pagar, mudanzas forzosas... Su propia vida se pareció mucho a la de sus personajes. Tanto él como su padre fueron alcohólicos y, en mayor o menor medida, violentos. Su familia cambió de lugar de residencia muchas veces durante su infancia y, cuando se casó, a los diecinueve años, con su novia de dieciséis, embarazada, se vio obligado a desempeñar empleos como portero, repartidor o dependiente en una gasolinera para mantener a su familia. Sabía de lo que hablaba al retratar a personas desarraigadas, desbordadas. Carver pretende ser imparcial, y reniega de cualquier tipo de doctrina moralista.
La precisión es lo que más caracteriza su estilo. No en vano, corregía y re-escribía sus cuentos y poemas de manera casi obsesiva, hasta dar con el adjetivo adecuado. Empleaba frases cortas, un lenguaje sencillo, evitando siempre las palabras innecesarias. Una de sus principales virtudes, tanto en poesía como en narrativa, es la “invisibilidad” de su estilo, la transparencia de su escritura. Carver empezó a escribir tarde y, en cambio, murió joven, con lo que su obra es relativamente breve.
La cuidada edición de Bartleby es bilingüe, y la traducción y el prólogo son obra de Jaime Priede, un crítico literario que ya ha publicado cosas sobre este autor. Gracias a él nos enteramos de la curiosa forma que tuvo Carver de empezar a leer poesía: siendo el chico de los recados de una farmacia, un cliente le regaló un par de revistas de “Poetry”, una revista americana, y le dijo: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”. Acertó de pleno. También tuvieron mucha culpa de su éxito, su profesor y en muchos aspectos benefactor, John Garden, y su editor Gordon Lish, que le cortaba los textos de manera decisiva, dejando esos finales abiertos, extraños, abruptos. Por lo visto, al principio, Carver tendía a ser más explicativo. Tess Gallagher, con quien sólo se casó en los últimos meses, tras varios años juntos, supervisó algunos textos. Su aportación fue decisiva a la hora de publicar el libro póstumo “Si me necesitas llámame”, terminando incluso algunos cuentos incompletos, como lo ha sido en la publicación de “Todos nosotros”.
Los poemas son muy narrativos, y a veces encontramos en ellos imágenes o escenas que reconocemos, porque ya las ha usado en sus cuentos. Sin embargo no pierden fuerza. También desarrolla los mismos temas, ya saben: el alcohol, la desesperación, el amor fracasado, las crisis matrimoniales, la escritura... Tess Gallagher, su segunda mujer, poeta también, escribe la introducción, y así conocemos los últimos años de un Carver enfermo, consciente de que no le queda mucho. Sin embargo, en sus textos no hay el mínimo rastro de lamentación o sensiblería. Los otros dos poemarios, anteriores en el tiempo, hablan de la otra vida del autor, la de un “alcohólico a tiempo completo”.
En sus cuentos, no ocurre nada que se salga de lo cotidiano, nada realmente llamativo sucede en ellos. Carver mira en el interior de un hogar medio, toma una instantánea, y nos cuenta, sobre la marcha, qué sentimientos dominan a sus habitantes, normalmente gente corriente, casi siempre atravesando crisis personales o matrimoniales. El americano medio en apuros: problemas con el alcohol, facturas sin pagar, mudanzas forzosas... Su propia vida se pareció mucho a la de sus personajes. Tanto él como su padre fueron alcohólicos y, en mayor o menor medida, violentos. Su familia cambió de lugar de residencia muchas veces durante su infancia y, cuando se casó, a los diecinueve años, con su novia de dieciséis, embarazada, se vio obligado a desempeñar empleos como portero, repartidor o dependiente en una gasolinera para mantener a su familia. Sabía de lo que hablaba al retratar a personas desarraigadas, desbordadas. Carver pretende ser imparcial, y reniega de cualquier tipo de doctrina moralista.
La precisión es lo que más caracteriza su estilo. No en vano, corregía y re-escribía sus cuentos y poemas de manera casi obsesiva, hasta dar con el adjetivo adecuado. Empleaba frases cortas, un lenguaje sencillo, evitando siempre las palabras innecesarias. Una de sus principales virtudes, tanto en poesía como en narrativa, es la “invisibilidad” de su estilo, la transparencia de su escritura. Carver empezó a escribir tarde y, en cambio, murió joven, con lo que su obra es relativamente breve.
La cuidada edición de Bartleby es bilingüe, y la traducción y el prólogo son obra de Jaime Priede, un crítico literario que ya ha publicado cosas sobre este autor. Gracias a él nos enteramos de la curiosa forma que tuvo Carver de empezar a leer poesía: siendo el chico de los recados de una farmacia, un cliente le regaló un par de revistas de “Poetry”, una revista americana, y le dijo: “A lo mejor un día escribes algo y no sabes dónde mandarlo”. Acertó de pleno. También tuvieron mucha culpa de su éxito, su profesor y en muchos aspectos benefactor, John Garden, y su editor Gordon Lish, que le cortaba los textos de manera decisiva, dejando esos finales abiertos, extraños, abruptos. Por lo visto, al principio, Carver tendía a ser más explicativo. Tess Gallagher, con quien sólo se casó en los últimos meses, tras varios años juntos, supervisó algunos textos. Su aportación fue decisiva a la hora de publicar el libro póstumo “Si me necesitas llámame”, terminando incluso algunos cuentos incompletos, como lo ha sido en la publicación de “Todos nosotros”.
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